Venezuela: nueva generación opositora piensa a largo plazo
Está al frente de un equipo que reparte cientos de comidas cada día en barrios marginales de la capital. Es el único alimento sólido que ingieren muchos de los niños del vecindario de La Vega, en el oeste de Caracas. Y aunque no van acompañadas de un adoctrinamiento político explícito, no hay duda que son un importante contrapeso a la narrativa del gobierno de que puede alimentar por sí solo a los pobres.
“Nosotros hemos encontrado en estos sectores populares una tierra fértil para un mensaje de cambio, para construir una Venezuela diferente”, dijo Patiño, de 30 años, acerca de las comidas financiadas por donantes venezolanos tanto de dentro como de fuera del país.
Mientras el presidente, Nicolás Maduro, persigue a sus oponentes en medio de una crisis económica sin precedentes, la desesperación ha llevado a algunos críticos, especialmente a los que están en el exilio, a respaldar abiertamente atajos violentos para sacarlo del poder. Hubo un aparente intento de atentar contra la vida del mandatario con drones cargados de explosivos en agosto, y algunos críticos dieron la bienvenida recientemente a las sugerencias del gobierno de Estados Unidos a favor de un militar.
Pero muchas figuras de la asediada oposición que siguen en el país ven su oportunidad para capitalizar el descontento generalizado con el mandato de Maduro en los vecindarios más pobres, considerados durante muchos años su bastión.
Es ahí donde Patiño, un antiguo líder estudiantil, y otros organizadores de base que tienen entre 20 y 30 años han estado dando de comer a los niños, animando a las mujeres a convertirse en activistas por su comunidad y organizando protestas para exigir servicios públicos como agua potable y electricidad confiables.
Marialbert Barrios, quien a sus 28 años es el miembro más joven de la Asamblea Nacional, ha estado dado charlas en talleres de empoderamiento instando a las mujeres de una zona de clase obrera de Caracas a que cambien sus quejas pasivas por acciones para hacer que su barrio sea mejor para todos.
Es una estrategia a largo plazo en un país donde cada vez más los ciudadanos reniegan de la democracia y la vieja guardia opositora sufre un creciente descrédito.
“Es momento de que esta generación que dimos un paso al frente contra el totalitarismo, asuma las riendas de la lucha”, tuiteó recientemente Manuela Bolívar, una legisladora opositora de 35 años.
Años de sólidas tácticas gubernamentales _ y de batallas internas sobre egos y estrategia _ han dejado a la oposición venezolana dividida y estancada.
La situación mejoró brevemente cuando se hicieron con el control del congreso en 2015. Pero rápidamente se volvió a ver superada por Maduro, que comenzó a ignorar sus dictámenes y atacó a sus líderes por promover las protestas callejeras que reclamaron su dimisión el año pasado y causaron más de 120 muertos.
Las cosas dieron un giro a peor este año con la ruptura de unas negociaciones entre los dos bandos que buscaban sentar las bases para unas elecciones justas. El dirigente vetó la presencia de muchos de sus principales críticos en la boleta de las presidenciales de mayo, dejando a la oposición dividida sobre el boicot a la cita. En medio de denuncias generalizadas de amaño, Maduro ganó fácilmente la reelección en las urnas pese a que las encuestas muestran una abrumadora impopularidad.
Los fracasos ayudaron a caldear los ánimos contra los líderes opositores tradicionales. En redes sociales, figuras como el expresidente de la Asamblea Nacional Julio Borges y el excandidato a la presidencia Henrique Capriles reciben denuncias rutinarias _ con pocas evidencias directas _ por haber alcanzado presuntos pactos secretos para coexistir con Maduro.
Otras figuras de la oposición fueron encarceladas, vetadas para la política por las cortes controladas por el gobierno o se exiliaron, como Borges y el exalcalde de Caracas Antonio Ledezma.
Además de una división generacional, el exilio también está provocando fricciones internas. Algunos líderes que siguen en Venezuela, como Capriles y el excandidato a la presidencia Henri Falcón, sugirieron recientemente que están abiertos a un nuevo intento de diálogo, apuntando que las aportaciones desde el extranjero solo llevarán a más derramamiento de sangre y consolidarán a Maduro en el poder.
Las acusaciones de que varios destacados miembros de la oposición, además de funcionarios gubernamentales, recibieron pagos de redes de sobornos dentro de la petrolera estatal o de un gigante de la construcción brasileño, también mermaron su credibilidad.
“Venezuela necesita un liderazgo absolutamente diferente”, apuntó Luis Vicente León, director de la encuestadora con sede en Caracas Datanalisis, citando encuestas que muestran que la oposición es tan impopular como el presidente. “No estoy seguro de si esto significa juventud. Significa fresco, diferente”.
De ese relevo forma parte Miguel Pizarro, un joven de 30 años con los brazos tatuados que salió elegido para la Asamblea Nacional a los 21.
Recientemente llevó las cámaras de televisoras locales a la favela de Petare para llamar la atención sobre los decadentes y abandonados edificios de departamentos gubernamentales que acogen a cientos de personas pese a ser calificados de inseguros.
Como Patiño, está más centrado en los asuntos cotidianos que en la confrontación en las calles.
“El reto de los jefes políticos es volver a ganar el derecho a ser escuchados por el país”, declaró Pizarro. “Se ha perdido porque no se discute ni se habla lo que mucha gente necesita.”
La impopularidad general de la oposición y las profundas divisiones internas indican que la represión del gobierno ha dado sus frutos.
“No tienen éxito en la gestión de la crisis económica y la hiperinflación”, apuntó Michael Penfold, experto del Woodrow Wilson Center de Washington en Caracas. “Pero son bastante buenos jugando un partido divisivo con la oposición”.
Patiño, por su parte, dijo que abandonó sus ambiciones políticas para centrarse en alimentar a 1.800 niños cinco días a la semana en 21 barrios pobres capitalinos.
Cree que esa es su mejor oportunidad para influir en su país al ofrecer una visión de futuro diferente a la que da la incesante propaganda gubernamental.
Además financió otros proyectos, como uno para recopilar datos sobre residentes de la capital asesinados en un intento por cubrir el hueco dejado por la negativa del gobierno a publicar estadísticas de delitos.
Patiño procede de una familia adinerada y dice que podría haberse forjado una carrera en el extranjero tras recibir varias ofertas laborares luego de su maestría en la Universidad de Harvard. Pero dijo que la lucha está en casa, en Venezuela, dando a los niños una comida al día.
“Yo arranqué esta iniciativa, primero por un sentido humano, por un sentido de que es lo que se requiere en este momento”, explicó. “Pero también por una concepción de lo que debe ser el servicio”.
Con información de AP